En nuestra sociedad actual, quién logre desviarse al menos por un momento de la pauta del cálculo y la eficiencia, probablemente sea visto como un delirante que “pierde” su tiempo proyectando sus extravíos místicos en un modo de proceder que acostumbramos llamar “arte”.
En este mundo vacío de sentido en el que la mercantilización acaba por privar de valor de insubordinación a todo lo que alcanza es necesario destacar que el arte no debe ser un fin en sí mismo, no debe ser la inmediatez temporal llevada a cabo en la consumición del propio acto, no debe ser algo inútil y desinteresado pues aquello no sólo es un enfoque individualista de la cultura sino que además, está en perfecta consonancia con la lógica dominante que el arte debe buscar dislocar.
Al referirnos al arte aludimos, entonces, a todo proceder que tiene como fin crear algo radicalmente distinto y nuevo de lo ya existente, pleno de sentido aunque no por ello privado del azar y la imprevisibilidad que permiten la libre expresión artística.
Por otro lado, decimos que todo aquel quien no encaja dentro de los límites impuestos, que perdió el sentido (común), que no se deja disciplinar, que suele excederse en sus comportamientos y por ende causar peligros, no es más que un loco de quién nos compadecemos pues en el fondo le tememos.
De aquí se desprende que en nuestra concepción de locura se esconde una dimensión subversiva. No obstante, sería ingenuo afirmar que esta mera capacidad transgresora contenga por el sólo hecho de su implementación el poder de teñir sus resultados con el tono de lo “artístico”.
Para que ello se produzca debe contener en la forma un elemento fundamental: tensión. Cuando el pensamiento se apropia de la técnica en forma dialéctica deja de imponer la forma unidimensional hegemónica y abre un mundo de significación pasible de ser habitado desde diversos ángulos (no por ello indeterminados) desde los cuáles negar y superar la contemporaneidad. El arte no sólo debe señalar un conflicto, debe más bien afirmarse en él dejando lugar a la crítica y al compromiso.
El arte debe estar afectado por la disyuntiva entre la dimensión ética y la estética, no por uno de los polos. Es decir que, si bien todo “loco” no se constituye necesariamente en artista, todo artista debe abarcar aquella dimensión frenética de sentido que permita romper con el absurdo del presente en la confrontación/ construcción, disputa/ creación.
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